​Mi historia no está definida por un solo cambio, sino por una cadena de ellos: pérdida de seres queridos, migración, cambio de religión, matrimonio, divorcio y reconstrucciones internas que no se ven desde afuera, pero exigen fuerza, honestidad y dirección.

​

Muchos cambios llegaron sin aviso. Otros los elegí. Pero todos me transformaron.

Durante años sentí que vivía en un rompecabezas: la Flor que fui, la Flor que intentaba sostener, la Flor que otros esperaban, la Flor que aún no sabía reconocer.

Con el tiempo entendí que no es el cambio lo que nos quiebra, sino la falta de claridad para atravesarlo.

Mi punto de inflexión fue descubrir la autoconciencia como camino: observar con honestidad, entender mis narrativas internas, darle sentido a lo que dolía, encontrar propósito en lo que se transformaba y elegir desde un lugar más profundo y alineado.

De cada etapa extraje un principio que hoy guía todo mi trabajo:

El cambio no te destruye; te revela, si estás dispuesto a mirarte con honestidad.

​

Conozco la sensación de vivir en transición permanente: perderse, fragmentarse, desordenarse… y tener que reconstruirse desde cero.
Pero también conozco la fuerza de reorganizarse, crear estructura, decidir con inteligencia y avanzar con una dirección nueva.

​

Mi historia no es de ruptura, sino de reconfiguración.
Y esa es la narrativa que guío hoy: la transformación no es un accidente, es un proceso consciente.